Por Oberdán Rocamora, para JorgeAsisDigital.com
El antecedente Chacho Álvarez
De repente todo es de Milei. La centralidad es tan agresiva como total.
Solo comparte la escenografía con la señora Karina, la hermana obsesiva y esotérica que le garantiza el blindaje espiritual.
Karina lo acompañó en aquel discurso equivocado de Davos, cuando el hermanito se atrevió a emitir lecciones austriacas de capitalismo.
Lo secundó también en el evento marginal de la ultraderecha de Washington.
Como en aquel papelonero misticismo confesionista de Israel. O en la piedad celestial del Vaticano. O en el horror del Copello.
Pero que conste que Javier Milei, El Psiquiátrico, no es ni bobo ni loco.
Supo instalarse con astucia y vigorosa placidez en medio de la deslegitimación del peronismo sin atributos (orientado por La Doctora).
Y de la disolución teatral del artificio Juntos por el Cambio, que sobrevivía penosamente a las vacilaciones de Mauricio, El Ángel Exterminador.
Desde la derecha patológica, Milei superó al antecedente irreparable de Carlos -Chacho- Álvarez.
Fue quien supo utilizar, como nadie antes, los instrumentos mediáticos.
Pero Chacho lo hizo desde el ámbito de la transparencia denunciadora que se asociaba al progresismo. O en todo caso a la izquierda, que se sentía acorralada por las transformaciones del menemismo.
La mediología le brindó a Chacho una popularidad exasperante que lo depositó en la vicepresidencia.
Su estrella comenzó a opacarse infortunadamente cuando ya no podía desplazarse en subte.
Cuando en vez de decirle “Grande, Chacho” comenzaron los insultos.
La unificación de la casta imaginariaMilei debería estudiar el antecedente Chacho.
Significa confirmar que todo le irá bien mientras se desplace en vuelos de línea y los pasajeros de la clase exclusiva le pidan selfies.
Pero debe cuidarse cuando broten los primeros desplantes.
Cuando en vez de decirle “¡viva la libertad, carajo!” ya tengan deseos de enviarlo, en efecto, al carajo.
Los castos comparten churrascos
Sin perversidad, Milei cabalgó sobre la marginalidad mediática sostenido por las riendas de los exabruptos.
El Psiquiátrico se las ingenió para demoler la grieta que raspaba la sociología desde hacía décadas.
Y con la sucesión de escandalosas diatribas contra la casta logró sin proponérselo la paradójica unificación de la casta que existía simbólicamente en su imaginación.
Ocurrió entonces que los integrantes culposos de la casta imaginaria fueron sistemáticamente fragilizados por la virulencia de los ataques.
La ofensiva de Milei contra la casta fue tan intensa que los castos hasta se atrevieron, en adelante, a conversar entre ellos.
A compartir churrascos e impresiones, extrañamente abroquelados en la crítica destructiva hacia los espantos de procedimiento.
Por la pedantería del propietario absoluto de la actualidad política que aún se jacta explícitamente de ejercer la centralidad agresiva y total.
El dolor de ya no ser
“¿Qué hicimos mal, decime, Rocamora, para que un pajarraco semejante nos humille a diario?”.
La pregunta ronda entre las conjeturas de los integrantes de la casta imaginaria.
Pero solo puede responderse desde la objetividad del pensamiento altivo, independiente.
Zavalita (personaje logrado de la narrativa de Mario Vargas Llosa) solía preguntarse:
“¿Dónde y cuándo se jodió el Perú”? (*)1
La unificación de la casta imaginariaCientos de Zavalitas de la casta imaginaria se masacran hoy en Argentina con similar indagación.
¿Pudo ser la consecuencia inmediata del ocaso abrupto del kirchnerismo?
¿Secuelas, acaso, del irresuelto 2001?
La sucesión de fracasos increíbles nos instaló en la intensa zozobra de la pendiente. Cuesta abajo.
Desde el penúltimo tramo de descontrol de La Doctora «eterna», hasta el lapso enterito de Mauricio, que nos volvió a depositar en el cementerio del Fondo Monetario.
O probablemente el motivo principal de la caída haya sido el desperdicio atroz del institucionalizado pretexto de Alberto, El Poeta Impopular.
Lo que en definitiva importa no es por qué motivo la Argentina desembocó en el amateurismo brutal de Milei.
Lo que importa es que quien hoy gobierna y decide es Milei y que todavía no brota la suficiente vergüenza para indignarse porque el país se encuentre identificado y fundido con la extrema derecha.
Nada que envidiar a Estados Unidos o Brasil
Porque Argentina nada tiene que envidiar a Estados Unidos por las precarias bestialidades de Donald Trump.
Tampoco a Brasil que aún lo mantiene vigente a don Jair Bolsonaro (o más grave aún, a la señora Michelle, su mujer evangelista que predica el ocaso de Lula que se fríe entre las tristezas de los errores de su propio aceite).
Después de todo, los argentinos podemos agradablemente confortarnos porque nuestro Milei es 24 años más joven y mucho más sabio que Trump. Y es relativamente más presentable en sociedad que don Bolsonaro. Y se ubica -por suerte- infinitamente más a la derecha que la señora Meloni. O que cualquier otro categórico marginal de la Europa tan patológica como ideológicamente agotada.